jueves, 11 de octubre de 2012

Año de la fe

Homilia de su Santidad Benedicto XVI por la inaguaración del año de la fe

Venerables hermanos,

queridos hermanos y hermanas

Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury. Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales. Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes – a los que saludo con particular afecto – hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición. Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.

El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).


El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22). Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI.

Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792).

A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión. Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.

Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado. Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.

Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.

Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén

sábado, 28 de julio de 2012

Visita Apostólica al Seminario Mayor de Guayaquil,Su Eminencia el Cardenal Giusseppe Betori, Cardenal de Florencia

Su Eminencia el Cardenal Betori, Arzobispo de Florencia, visitó el Seminario
del Instituto de Cristo Rey en Gricigliano, el pasado 13 de marzo.



Foto tomada despues de la cena en nuestro Seminario Mayor Francisco Xavier de Graycoa

El Cardenal Betori presidió un Te-Deum
El pasado 19 de febrero, tras su creación cardenalicia, Su Eminencia el Cardenal Giuseppe Betori, Arzobispo de Florencia, ofició la Santa Misa Novus Ordo en la Catedral de Santa María de las Flores, en Florencia, en acción de gracias por su púrpura


Visita de la superiora general de las misioneras de la caridad al Seminario mayor de Guayaquil


MENSAJE DE LA HERMANA MARY PREMA

9 julio de 2012
Rev. Padre.
Mis queridos hermanos.
Ruego, que sea capaz de darles el mensaje, que nuestra madre Teresa quisiese  darles a ustedes.
Dios, Padre, los ha elegido para ser Jesús  para las personas de nuestro mundo hoy.
Permitan al Espíritu Santo que los forme en Jesús.
Es dificultoso crecer en el espíritu de silencio. En el silencio de vuestro corazón vosotros habláis  y escucháis  a Jesús.
Dios los ha amado primero y les ha dado el regalo de la fe.
En el estudio comprenderán su fe mejor y en la oración su fe llegará a ser la roca fundamental de su vida como presbíteros. Empezarán a pensar con la mente de Jesús, empezarán a Amar con el Corazón de Jesús.
Jesús está en constante dialogo con su Padre y el Padre le muestra todo.
En su oración y dirección espiritual recibirán la luz para conocerse a si mismos. Llegarán a ser más y más simples, confiados y humildes.
Jesús es muy demandante. El no quiere algo de ti. El te quiere a ti. Todo lo que tú eres y  tienes. El te ruega le entregues tu familia, amigos, tu historia personal y en especial tus pecados.
Nuestra Madre Teresa solía decir, que todo lo que tenemos  Dios nos lo ha dado. Pero el quiere que nosotros le entreguemos algo que él no nos dio: Nuestros pecados.
Jesús quiere que le pertenezcáis completamente. Solo de esta forma  El puede usaros para su Reino.
Un día un periodista preguntó a Madre Teresa: “¿Qué lugar le da usted a Jesús en su vida?  La Madre respondió: Yo le  doy todo el lugar.
Entre más se llenen de Jesús, mas disfrutarán de la libertad de tu vocación.
Nuestra Madre era muy estricta en el cuidado del silencio y en la custodia de los sentidos, la mente y el corazón.
Guarden su vista, con la búsqueda de la belleza y bondad de Dios en todas partes. Elijan no exponerse ustedes mismos a las cosas pecaminosas y adictivas que se les ofrecen en el internet  y en los medios. Guarden sus oídos, para que puedan oír la voz de Dios y el llanto de los más pobres y afligidos.
Cuiden su lengua y digan sólo las  cosas buenas que puedan alabar y dar gloria a Dios.
Silencien su mente permaneciendo constantemente en la presencia de Dios, evitando mentiras, juicios precipitados, pensamientos vindicativos y sospechas de otros.
Cuiden su corazón para que amen a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas y amen a los otros con el Corazón de Jesús.

lunes, 16 de julio de 2012

El editorial semanal: Música y Paz


El editorial semanal: Música y Paz

¡Extraordinario concierto el de Castelgandolfo para la fiesta de San Benito, ante la presencia del Papa! Idea genial, la del Presidente italiano, Napolitano, de hacer encontrar al Papa con la ya famosa Orquesta de jóvenes músicos israelíes, palestinos y de otros países árabes fondada por el gran director hebreo Daniel Barenboim y por el literato palestino Edward Said.

Y las dos sinfonías de Beethoven ejecutadas, la quinta y la sexta –como recordaba el Papa- expresan respectivamente, los dos aspectos fundamentales de la vida: el drama y la paz. 
Verdaderamente el ejercicio del arte, más allá del procurar solo un placer estetizante, puede convertirse en un potente mensaje de valores vitales para la humanidad. Puede fundir juntos, gracias a la música, los talentos de pueblos de cultura y religión diversa para hacerlos embajadores de la paz. Judíos, musulmanes, cristianos que afinan no solo sus propios instrumentos para la armonía de los sonidos, sino sus ánimos para la armonía del saber vivir y construir juntos.

El Papa se prepara para un viaje a El Líbano en septiembre, para llevar a los fieles y a los pueblos de Oriente Medio los frutos de la asamblea celebrada hace dos años por los obispos de la región. Después de entonces los Países árabes han entrado en profundo fermento, Siria está desgarrada por la violencia, Tierra Santa sigue esperando la solución de conflictos y tensiones interminables. Pero como dijo el Papa, es necesario continuar trabajando por la paz, “dejando de lado la violencia y las armas, comprometiéndose por la conversión personal y comunitaria, con el diálogo, con la paciente búsqueda de entendimientos posibles”. Este concierto es un signo de esperanza, tal vez pequeño, pero de fuerza espiritual intensísima. 
Espléndido auspicio también para el próximo viaje del Papa.

Los Apóstoles no deben estar atados al dinero y a la comodidad

Los Apóstoles no deben estar atados al dinero y a la comodidad


Anunciar a Cristo “sin preocuparse por tener éxito”, es más sabiendo que “los enviados de Dios con frecuencia no son bien acogidos”. Lo afirmó Benedicto XVI esta mañana durante la homilía de la Santa Misa que celebró ante la Catedral de Frascati. El Papa también invitó a los cristianos a “releer el Concilio” para redescubrir la “belleza de ser Iglesia”.

El Santo Padre visitó esta mañana la diócesis suburbicaria de Frascati, cuya historia está indisolublemente ligada a la del papado. En efecto, fue Juan XXIII quien esta estableció, en 1962, que los cardenales suburbicarios mantuviesen el título de la diócesis, mientras su cuidado pastoral fuera confiado a un obispo residencial. Se trata de la cuarta visita de un Pontífice tras las realizadas por el Papa Roncalli, en 1959; Pablo VI, en 1963 y Juan Pablo II, en 1980.

Frascati es en la actualidad el principal centro urbano del área de los llamados “Castillos Romanos”, situados en la zona a sur sur-este de Roma, de la que dista aproximadamente unos 20 km. Se extiende por una superficie de 220 km cuadrados, y cuenta con siete municipios y 123.500 habitantes, 24 parroquias, 27 sacerdotes diocesanos y 20 religiosos, así como 353 religiosas.

En su homilía Benedicto XVI comenzó manifestando que estaba muy feliz de estar hoy en medio de ellos para celebrar la Eucaristía y para compartir alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta Comunidad diocesana. Tras saludar al Cardenal Tarcisio Bertone, su Secretario de Estado y titular de esta Diócesis, Benedicto XVI saludó a su Pastor, Mons. Raffaello Martinelli, y al Alcalde de Frascati, a quien le agradeció las corteses palabras de bienvenida con las que fue recibido en nombre de todos.

Y después de saludar a las demás autoridades civiles presentes el Santo Padre se dijo feliz de celebrar con el obispo, que por más de 20 años fue colaborador en la Congregación para la Doctrina de la Fe, con su contribución al catecismo de la Iglesia y al compendio. Porque como dijo el Pontífice “en la sinfonía de la fe su voz está muy presente”. 

No están solos

No están solos


Pensamiento del Papa y de la Santa Sede
 El pasado 26 de junio Benedicto XVI llevaba su solidaridad a las personas de las zonas flageladas por el terremoto en la región italiana de Emilia Romagna.Y les decía que “no están solos”, sellando sus palabras con un llamamiento a la ayuda concreta de las instituciones.

De este modo, el Papa alentaba a estos queridos hermanos y hermanas con palabras nacidas de su corazón, impulsando la fe en el Amor de Dios y asegurando que la Iglesia los acompaña con la oración y de forma activa. Las palabras del Santo Padre fueron recibidas con grandes aplausos...

Responder con generosidad y prontitud a la voz de Cristo

Responder con generosidad y prontitud a la voz de Cristo


 «La finalidad de la Iglesia es la propagación del Reino de Cristo, para hacer partícipes a todos los hombres de la redención» dijo hoy el Sucesor de Pedro, en su saludo a los peregrinos de lengua española, después de la oración mariana dominical del Ángelus en Castel Gandolfo.

«En el evangelio que nos propone la liturgia en este domingo, vemos a Jesús que llama y envía a los apóstoles a predicar la conversión» Dijo Benedicto. Y concluyó: «Animo a todos los miembros de la Iglesia, y de modo especial a los laicos, a responder con generosidad y prontitud de corazón a la voz de Cristo, para unirse más íntimamente a él y colaborar en su misión salvífica».  

En la reflexión previa a la oración del Ángelus, el Papa habló de San Buenaventura de Bagnoregio, franciscano, Doctor de la Iglesia, sucesor de San Francisco de Asís en la conducción de la Orden de los Frailes Menores, cuya memoria se celebra el 15 de julio. « Él –dijo el Papa- escribe la primera biografía oficial del “Pobrecillo”, y al final de su vida fue también Obispo de la Diócesis de Albano.
Refirió también Benedicto que San Buenaventura escribe: «Confieso… que la razón que me hizo amar la vida del beato Francisco es que ella se asemeja a los inicios y al crecimiento de la Iglesia».

«Estas palabras nos reenvían al Evangelio de hoy», dijo el Papa y afirmó que: Francisco de Asís después de su conversión, practicó al pie de la letra el Evangelio, llegando a ser un testigo fidelísimo de Jesús; y asociado de modo singular al misterio de la Cruz, fue transformado en “otro Cristo”, como propiamente San Buenaventura lo presenta».

Texto completo de la alocución del Papa antes del rezo del ángelus:

¡Queridos hermanos y hermanas!

En el calendario litúrgico el 15 de julio es la memoria di San Buenaventura de Bagnoregio, franciscano, Doctor de la Iglesia, sucesor de San Francisco de Asís en la guía de la Orden de los Frailes Menores. Él escribió la primera biografía oficial del Pobrecillo, y al final de su vida también fue Obispo de esta Diócesis de Albano. En una carta suya, Buenaventura escribe: «Confieso ante Dios que la razón que me ha hecho amar más la vida del beato Francisco es que ella se asemeja a los inicios y al crecimiento de la Iglesia» (Epistula de tribus quaestionibus, en Opere di San Bonaventura. Introducción general, Roma 1990, p. 29). Estas palabras nos remiten directamente al Evangelio de este domingo, que presenta el primer envío en misión de los Doce Apóstoles por parte de Jesús. «Jesús llamó junto a sí a los Doce – narra san Marcos – y comenzó a enviarlos de dos en dos (...). Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; sino: «Calzar sandalias y no llevar dos túnicas» (Mc 6, 7-9). Francisco de Asís, después de su conversión, practicó a la letra este Evangelio, llegando a ser un testigo fidelísimo de Jesús; y asociado de modo singular al misterio de la Cruz, fue transformado en «otro Cristo», tal como lo presenta San Buenaventura.

Toda la vida de San Buenaventura, así como su teología tienen como centro inspirador a Jesucristo. Esta centralidad de Cristo la encontramos en la segunda Lectura de la Misa de hoy (Ef 1, 3-14), el célebre himno de la Carta de San Pablo a los Efesios, que comienza así: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo». El Apóstol muestra por tanto cómo se ha realizado este designio de bendición, en cuatro pasajes que comienzan todos con la misma expresión «en Él», referida a Jesucristo. «En Él» el Padre nos ha elegido antes de la creación del mundo; «en Él» tenemos la redención mediante su sangre; «en Él» nos hemos convertido en herederos, predestinados a ser «alabanza de su gloria»; «en Él» cuantos creen en el Evangelio reciben el sello del Espíritu Santo. Este himno paulino contiene la visión de la historia que San Buenaventura ha contribuido a difundir en la Iglesia: toda la historia tiene como centro a Cristo, que garantiza también novedad y renovación en toda época. En Jesús Dios ha dicho y dado todo, pero puesto que Él es un tesoro inagotable, el Espíritu Santo jamás termina de revelar y de actualizar su misterio. Por tanto, la obra de Cristo y de la Iglesia no retrocede, sino que siempre avanza.

Queridos amigos, invoquemos a María Santísima, a quien mañana celebraremos como Virgen del Monte Carmelo, a fin de que nos ayude, como San Francisco y San Buenaventura, a responder generosamente a la llamada del Señor, para anunciar su Evangelio de salvación con las palabras y, ante todo, con la vida.

En lengua francesa el Papa se refirió al periodo estival que permite a muchos tomar un tiempo de reposo. “Este periodo puede ser también un momento favorable para reflexionar sobre la propia vida y para disponer el corazón a los demás y a Dios”. El Santo Padre invitó a todos a estar atentos a aquellos que sufren la soledad y el abandono, que están en las calles, en los hospitales y asilos de ancianos. “No dejen de visitar a estas personas. A ejemplo de la Virgen María sean portadores de la Buena Noticia”.

En inglés, recordando el Evangelio del día en el que Jesús da a los discípulos la autoridad para predicar y expulsar demonios, el Pontífice invitó a continuar fundamentando nuestras vidas en Cristo para ser también nosotros “instrumentos efectivos del Evangelio”.

Al saludar a los peregrinos alemanes Benedicto XVI instó a “abrir nuestros corazones al Señor en la oración cotidiana para que su amor pueda crecer en nosotros cada vez más”.

A los peregrinos de lengua portuguesa, el Papa agradeció por las oraciones e invocó sobre todos los dones del Espíritu Santo para que “sean verdaderos testimonios de Cristo en medio a sus familias y comunidades”.

Al recordar a los peregrinos eslovacos -numerosos grupos de escolares con sus maestros y padres- este tiempo de vacaciones, el Santo Padre invitó a “aprovechar de este tiempo no sólo para el reposo sino también para templar las fuerzas del cuerpo y del espíritu”.

“Mañana celebraremos la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo -la Madre de Dios del Escapulario. El beato Juan Pablo II portaba y estimaba tanto esta señal de personal entrega a Ella”… A todos sus connacionales – en Polonia, en el mundo, y a aquellos presentes hoy en Castelgandolfo – el Papa auguró que María, “la más buena de las madres”, envuelva con su manto en la lucha contra el mal, interceda en su súplica de gracia, y muestre los caminos que conducen a Dios.

Por ultimo Benedicto XVI saludó a los tantos grupos de peregrinos llegados de toda Italia, bendiciéndoles y deseándoles un buen domingo.